EL BUEN PERIODISTA

Los invito a leer las huellas que voy dejando en este inhóspito camino hacia el buen uso del lenguaje.

domingo, 12 de junio de 2011

EL MICO MIEDOSO Y EL POLLITO DE PRIMERA COMUNIÓN


Señores y señoras, ya vamos llegando a la mitad de nuestro viaje. Casi tres de seis semanas que se han pasado a gran velocidad. Entonces, trataremos de hacer una crónica (no tan corta, porque en tres semanas en India pasan muchas cosas) que abarque nuestras aventuras hasta la fecha.

Empezaré por lo primero. Delhi. María del Mar y muchas otras personas, me habían advertido lo siguiente: Matilde, por respeto a la cultura de los indios, nosotras las mujeres no nos podemos poner ni shorts, ni blusas de manga corta. Nos tenemos que tapar los hombros y las piernas porque si no, es de mala educación. Entonces, según esas instrucciones, yo empaqué mi morral. Nada cortico, nada de tierra caliente. Llegamos a Delhi y la temperatura era de más de 40 grados centígrados, y nosotras, disque por respeto, tapadas hasta el cuello. No fue sino que saliéramos del hotel para ver que todos los turistas estaban vestidos para la ocasión: con shorts y con esqueletos, mientras yo deliraba del calor y veía borroso. Y en resumidas cuentas, eso fue Delhi. Una ciudad repleta de gente, de cagadas humanas en cada esquina, de olores mucho peores que los del avión, y de turistas bien vestidos, a diferencia de nosotras, que somos unas niñas tan “educadas”.

Nuestra siguiente parada fue Rishikesh. Ciudad famosa por ser la capital mundial del yoga y por haber sido el hogar de los Beatles en algún momento de su carrera. Allí nos encontramos con muchas sorpresas y unos cuantos impases. Por la mitad de esta ciudad pasa el rio Ganges que, por verse tan bonito rodeado de montañas, casi nos hizo olvidar lo que esconde: cadáveres de todo tipo y en toda etapa de descomposición, bacterias escabrosas y enfermedades inimaginables. María del Mar, por supuesto, se moría por nadar en el Ganges, e hizo incontables intervenciones para tratar de convencernos de que la acompañáramos a practicar la natación de la muerte. Ahí empecé a sospechar algo cierto. Mi hermana, en este viaje, iba a querer hacer cualquier cosa que fuera mortal y yo, no debía mortificarme. Entonces nos dedicamos a caminar por las calles que están llenas de tienditas, de restaurantes y de micos, que no sólo están en todas partes, sino que son feroces, gordos, inmensos, mendigos y ladrones. Dejaré que María del Mar haga una pequeña intervención al respecto…

INTERVECIÓN DE MARÍA DEL MAR

Los micos. Dios mío. Que seres más pavorosos. Nunca me imaginé que les iba a tener más miedo a ellos que a las personas: Patrullan los techos en enormes pandillas siempre alerta a esos desprevenidos e ingenuos turistas que caminan por las calles con algún alimento en sus manos. Una no se puede dejar engañar de esos primates sólo porque andan con sus tiernas crías agarradas de su pecho. No. Esos pequeños y aparentemente inofensivos miquitos se convertirán en lo mismo que sus padres: terroristas y asalta-caminos.

Todo mi trauma se debe al siguiente episodio: Llevábamos 3 días en un hostal que tiene un balcón con una vista espectacular hacia al Ganges (Y acá me veo en la necesidad de aclarar que yo no pretendía nadar en ese río, simplemente quería hacer Rafting, que es una actividad muy distinta). Extrañamente, este balcón tenía un modesto basurero (porque aquí en la india son bien escasos) que ya estaba repleto con todas las sobras de lo que habíamos comido durante esos días. Esa mañana un violento ruido nos despertó. Oliver y yo salimos a ver qué era lo que estaba pasando y vimos como un mico, muy pero muy grande, estaba escarbando entre la basura. Instintivamente, Oliver se le acercó para asustarlo y ahuyentarlo, pero para nuestra sorpresa, el mico se nos adelantó. Dio un salto hacia nosotros mientras abría su boca y nos mostraba sus enormes y afilados colmillos. Terrorista. Oliver y yo corrimos hacia el cuarto despavoridos. Desde nuestra ventana vimos cómo este animal se alejaba con su botín de guerra, un racimo de lychees que habíamos dejado cerca del basurero. Desde ese atemorizante momento, llegamos a la conclusión de que preferiríamos mil y un veces recibir una mordida de Ghost, el pastor belga de mi papá que está entrenado para matar y que ya ha mandado al hospital a más de 3 personas, que la de un mico de esos.

Eso tiene para decir María del Mar sobre los micos… pero lo que yo tengo para decir sobre ella, no tiene nombre. Mi hermana ha dado mucho de qué hablar en este paseo, y ya les diré por qué. En primer lugar, debo manifestar mi enorme preocupación por su salud mental. Por algún motivo, a la currita se le está olvidando hablar inglés, y entre más lo practica lo habla peor, y peor, y peor… Tratando de expresarse dice cualquier cantidad de incoherencias que nadie puede entender. Por ejemplo, en un almacén, en vez de preguntar how much is it? Preguntó: How old is it? Y yo la miré desconcertada a ver si ella caía en el error, pero ella sólo repetía la pregunta: how old is it? How old is ti? Claramente, nadie le supo responder. Como este hay muchos otros ejemplos, pero lo que realmente me preocupó fue cuando se le empezó a olvidar hablar español. Una mañana amanecimos enfermas y ella me miró con cara de maluquera y me dijo: ¡estoy enfermisada! Y yo, atónita, le dije, ¿Qué qué? ¡Que estoy enfermisada! Luego entendí que eso quería decir: ¡estoy enfermísima! Y ahí, después de caer en la cuenta de su error, la currita se cogió la cara con angustia y lloró un poquito.

Yo le atribuyo la pérdida del lenguaje que está sufriendo mi hermana, a un episodio muy traumático que tuvo lugar en las afueras de Rishikesh. Como a ella le gusta lo atrevido y lo arriesgado y lo mortal, nos fuimos a hacer Bunjee Jumping. El trayecto desde la ciudad hasta el sitio de las aventuras extremas, fue lo más extremo de todo. Para describir la carretera solo diré que ni bajo el mandato de Samuel Moreno se ven tales cosas. ¡Qué peligro! ¡Qué peligro! Pensábamos todos mientras el bus pasaba a toda velocidad a través de curvas rodeadas de precipicios infinitos. Milagrosamente llegamos a alguna parte (porque uno aquí nunca sabe si va a llegar vivo o no, a cualquier parte) y nos bajamos. Aliviados de pisar tierra firme, aunque todavía un poco mareados, decidimos que en vez de saltar en Bunjee íbamos a montar en el Flying Fox en donde cabíamos los tres. Esa atracción, según nos dijeron, era la más larga de Asia y era muy divertida. Sobre el Bunjee, Oliver dijo que no lo repetiría porque ya lo había hecho en Perú, y no quería revivir el trauma, y yo dije, que… que… más bien después. En cambio la Curra, dijo, ¡yo si me le mido! Y Oliver y yo la observamos desde lejos. Que orgullosa me sentí de la intrepidez de mi hermanita. ¡Oh que valiente lanzarse hacia al vacio! Oliver me preguntó si creía que ella se iba a poder tirar al primer llamado, y yo le respondí que claro. Que cómo no. Que ella era una dura y que se iba a tirar sin pensarlo en una clavada olímpica de 85 metros de altura. Yo confiaba en ella. De pronto oímos las palabras: ONE, TWO, THREE, BUNJEEEEE!!! la curra no se movió.

¿Qué pasa? Nos preguntamos mientras notábamos cierto temblor en una de sus piernas… de nuevo el llamado. ONE, TWO, THREE, BUNJEE y se tiró la currita. Yo esperaba que la caída tuviera gracia, y cierto aire de experiencia, pero no. Mi hermana se tiró parada y empezó a aletiar como queriendo alzarse en vuelo con sus dos cortas manitas. Esta escena, sólo vista en los pollitos de primera comunión, se acompañó de un chillido agudo y una extrema palidez. Así fue el salto de María del Mar, y desde entonces se le ha olvidado hablar en los dos únicos idiomas que “domina”.

INTERVENCIÓN DE MARIA DEL MAR:

Acabo de ser acribillada. No tengo nada que decir en español, y mucho menos en inglés.

Hasta aquí llega este segundo reporte para no quitarles mucho tiempo. Sólo les podemos adelantar que ahora estamos, todavía con problemas de vestuario, pero por el frio de los Himalayas que vemos desde la ventana de nuestro hotel.