EL BUEN PERIODISTA

Los invito a leer las huellas que voy dejando en este inhóspito camino hacia el buen uso del lenguaje.

miércoles, 1 de agosto de 2012

AUTOBIOGRAFÍA


Escrito corto autobiográfico, Periodismo Cultural 

¡Esta es mi hija Matilde de los Milagros! Afirmaba mi papá con orgullo mientras yo fingía una sonrisa y lo miraba avergonzada. –ay mi amor, ¡sí así te llamas!- me decía mientras yo le reclamaba. Y con ese nombre que no cabe ni en los formularios, empecé a vivir, sin más remedio.

Sólo puedo describir el mundo que veía a través de las gafas que tuve desde los dos años: además de ser rosadas, grandes y pesadas,  fallaban en su intento de esconder el parche que se veía borroso a través de el vidrio de botella de los lentes. El parche sucio y pegotudo no pudo curar mi grave caso de estrabismo, pero sí me permitió vivir la rareza de ver la vida a medias, usando sólo un ojo. Y así, medio tuerta, soporté las burlas de mis compañeritos y los comentarios de las prestantes señoras manizaleñas que cuando me veían cogida de la mano de mi mamá en cualquier parte, le preguntaban: ¿y a esta qué le pasó? Comparándome con mi hermana, el angelito María del Mar, que descansaba en el otro brazo de mi madre.

Mi papá, que sentía mi infantil desgracia, guardaba lo mejor de la vida para regalármelo los fines de semana. La entrada de más de un kilometro resguardada por guaduales, lotos y heliconias, era el camino hacia mi amor verdadero. Allí, en el portón de la casa grande, me estaba esperando. Verlo siempre fue una fantasía que solamente puedo comparar con los mundos que relataba en sus poemas. Me esperaba sonriendo con los ojos brillantes y con la barba cada vez más blanca. Linda! Me gritaba mientras yo me bajaba del carro corriendo para abrazarlo pasando por encima de los perros. En los brazos de mi viejo, con quién dormí hasta el último día, sentí el calor de la ternura y de la inteligencia. Gracias a su arrullo de poeta y de incansable labriego, pude dormir siempre contenta y segura.

Me despertaba lista para coger las mariposas que con mucha delicadeza pondríamos dentro del cañuto de una guadua para hacer adornos. Me despertaba lista para coger las lombrices con las que pescaría un pilarucu, gran pez amazónico. Me despertaba con las ideas imposibles de que mi papá me hiciera princesa después de fabricarme él mismo una corona y continuaba el día viviendo mis sueños en nuestro paraíso. La realidad me devolvía a Manizales, sagradamente, todos los Lunes, y luego, me trajo intempestiva a vivir en Bogotá. Ya lejos de los jardines llegué a un colegio en dónde mis compañeras eran flores de otro tipo. Bailaban al ritmo de otro acento y estudiaban las características de un mundo que de repente me pareció más grande.

En el año 2007 se acabó la tortura que viví desde mis cortos 4 años y que soporté hasta los 19. Me gradué del colegio Mary Mount a pesar de los malos pronósticos e hice llorar a mi padre de orgullo. Después de los gritos rebeldes en contra de los átomos y las ecuaciones logré mi diploma y mi libertad. El camino social de los estereotipos me llevó a elegir mi carrera, comunicación social, que a pesar de los años camina a una lentitud insoportable, y actualmente me encuentro en mi cama escribiendo una de las muchas tareas que no quiero hacer. Me enfrento a un inexplicable caso de parálisis en dónde me alimento del amor del recuerdo y de una amarga sensación del deber. Ya sin mi padre, camino entre sombras, pero camino. Camino despacio y sin mucha energía, esperando que él mismo me encuentre para llevarme de la mano hacia una vida de verdad.