Les escribo angustiada desde un avión parqueado en una ciudad (cuyo nombre no se pronunciar, y mucho menos escribir) de la India. La situación es caótica y yo trato de aliviarla comiéndome el sobradito de un turrón de rice krispies que me quedó de la inesperada visita a la ciudad de Atlanta. Tenemos emociones encontradas por diferentes motivos. En orden de prioridad, hay dos situaciones que se pelean el pedestal de mi angustia: uno, es que tengo que mandar vía mail, mañana mismo, tres ensayos que no he comenzado, y de los que depende mi futuro académico, y dos, que tenemos a nuestro pobre amigo Oliver (de Australia) esperándonos solito en Delhi desde hace 3 días escribiéndonos que lleguemos pronto por que “Delhi is a really shitty place”. En este preciso instante él debe estar esperándonos en el aeropuerto de Delhi, al que teníamos destinado llegar hace aproximadamente 3 horas. Pobre Oli, y pobre de mi situación académica. María del Mar ha tomado la determinación de educarme después de vieja al no ayudarme con uno de mis ensayos, entonces estoy decidiendo si ponerme o no brava con ella, teniendo en cuenta que será la única compañera de mi mismo género durante este largo viaje. Además, la quiero mucho.
Durante este eterno vuelo (que va ya en casi 10 horas, de las cuales dormí 8) he podido hacer la siguiente reflexión: ¿a qué hora me convencieron a mí, de venirme a la India un mes y medio? ¿bajo qué argumentos decidí yo, en mi sano juicio, venirme a recorrer los sucios caminos de la India en su época más caliente y olorosa? Tan olorosa de hecho, que al comienzo de este vuelo (lleno de hindúes) las azafatas pasaron, no una, sino dos veces, con ambientadores en spray para disimular el hedor.
NOTA DE MARIA DEL MAR
A mí lo que más me preocupa, realmente, es el olor. Quisiera exaltar lo del ambientador en el avión: Mientras un par de azafatas lanzaban a diestra y siniestra ese spray de olor floral que a duras penas disimulaba el olor a axila (o a especias cebolludas) que reinaba en el ambiente, yo sólo me preguntaba: ¿A todas estas, qué pensarán los hindúes de la situación? Porque estoy segura que si ellos han viajado a otras partes del mundo se habrán dado cuenta que este es el ÚNICO destino en el que unas azafatas se toman la molestia de perfumar, en su cara, el avión. ¿Será que si una empresa de aviación japonesa hace un vuelo para Europa, lo perfumará porque nosotros sólo les olemos, sin notarlo, a leche? En todo caso, prefiero oler a leche que a curry encebollado.
Es por todo lo anterior que me he propuesto una meta para este viaje. La única quizás, pues todo en este trayecto pretende ser espontáneo y casual. Esta es: hacerme muy amiga de un hindú para poder ahondar en su privacidad y preguntarle acerca de algo tan personal e intransferible como lo es el amor, perdón, el olor propio. Quiero saber él a qué cree que huele y yo a qué le huelo. Se ha vuelto una cuestión que me ha torturado por 10 largas horas y me obligará a crear una conveniente amistad con un desconocido.
Volviendo a mí, escritora insigne de este diario, diré que he olvidado mencionar un factor que agrava la situación enormemente. Tengo desde hace 5 días una enfermedad, que hoy, (ya les diré por qué) parece mortal. Sufro de una tos intensa (como de viejito) que sale desde lo más adentro de mi ser arañando mi garganta y perturbando el sueño propio, y el ajeno. Digo que es una tos de viejito, porque el anciano de barba que está sentado a tres sillas de distancia, está tosiendo igual que yo y tiene a todo el vuelo preocupado. El viejito me mira con complicidad por un solo ojo (porque además es tuerto) como queriéndome decir: ! tu también estás muy mal! Y así me siento. Por ahora me despido confesándoles que sin haberme bajado del avión he estado a punto de vomitarme dos veces y que temo enormemente perder mi octavo semestre de universidad. Atentamente, su cronista la india, perdón, desde la India, habiéndome acabado el turroncito.
CONTINUARÁ…