“No se engañe nadie, no. Pensando que ha de
durar lo que espera más que duró lo que vio. Pues que todo ha de pasar por tal
manera.” Este verso, dedicado a la muerte de algún padre, fue escrito por
el mío, en una pared de nuestra casa, el día en que murió.
Así
como murió él, mueren todas las cosas. Murió mi abuelo Papayito, mi abuela
Tilita, mi perro Amiguito y mi gato Marco Antonio. Murió mi árbol de grosellas
y con él, mis sueños de jardinera. Todo ha muerto antes de tiempo, por lo menos
para mí. Pero no me muero yo y, mientras vivo, administro pobremente los
recuerdos de lo que ya se fue y que me atormenta. De lo que quisiera tocar. Ni
la barriga de mi padre, ni los bigotes de mi gato, ni la cola de mi perro ni
las frutas de mi árbol; no me llega la mano real a la memoria. Sin embargo el personaje es
recurrente: la misma risa, la misma mirada, la misma historia. El mismo hilo
dorado que borda la narración de una vida grandiosa, de un viejo del alma, de
mi papá. Mi papá con el perro, mi papá con el gato, mi papá con las frutas, mi
papá conmigo, mi papá, mi papá.
La
persecución es siniestra porque es amorosa e incondicional. Me escondo en las
aulas universitarias y en la biblioteca. Me refugio dentro de mis cobijas y en
la televisión. Voy al cine y al teatro y me sumerjo en mis pantanos
vanidosos esperando no volver a ver la luz de sus ojos cafés. Ojalá bajo la
tierra no llegaran las ondas de su voz, ni la intensidad de sus ideas, ni el
calor de sus abrazos. Pero sólo los simples humanos se mantienen con los pies
sobre la tierra. El gran hombre, el súper hombre, puede viajar inclusive hasta
el centro de nuestro planeta en donde estoy yo, indefensa y arrodillada con la cabeza entre mis piernas
llorando de resignación. ¡Me encontró! Siempre me encuentra… cumplió su promesa
de no abandonarme aunque yo por primera vez le pido que no sea más digno de
mi confianza.
Está
en la migraña que tortura mi ojo izquierdo, en la carie de la muela que ya me
sacaron, en mi lento sistema digestivo, en mi tono subido al hablar, en mis dos
tatuajes, en mi forma de escribir, en las fotos de mi sala, en lo duro de mi
almohada, en mi mal humor, en mi mesa de madera y en mi anillo de oro. Está en
mi hermanita y en las piedras en forma de corazón. Está en mi corazón, todos
los días. No lo ahuyentan mis malos sentimientos ni mis temores. Se queda
autoritario en su mejor terreno que soy yo misma. Se queda en mí y en mi
reflejo del espejo. Cuando lo veo trato de saludarlo y recuerdo que
cuando él se fue, se llevó mis palabras. Ojalá las esté usando para bordar los
pañuelos con los que desde el cielo me seca las lágrimas. Toma mi mano, amigo mío, cambiemos de
locación, vamos a encontrarnos a otra parte. Por ahora, aprovechemos la noche.
Te veo en mis sueños, me voy a dormir.
Me hiciste llorar.
ResponderEliminarPero me hace feliz ver tus escritos de nuevo.
No sabía lo del árbol de grosellas, siempre que como una recuerdo ese árbol (si es el que estoy pensando).
Ha pasado tanto tiempo y de verdad conservo muy vivas y muy nítidas tantas imágenes tuyas y de tu gente y tu entorno y de tu papá...tu hermoso papá.
Ánimo bonita.