EL BUEN PERIODISTA

Los invito a leer las huellas que voy dejando en este inhóspito camino hacia el buen uso del lenguaje.

lunes, 31 de marzo de 2014

TARDE EN VENECIA

Tras haber peleado nuestro paso por Roma y por Florencia, nos encontramos sentadas en un restaurante común de una plaza cualquiera en la ciudad de Venecia. Nuestras miradas molestas evitaban encontrarse mientras metíamos el tenedor a nuestras bocas de manera automática. La pasta estaba maluca, el día soleado y nosotras silenciosas. A pesar de coincidir en pocas cosas pensábamos lo mismo: ¿qué hacemos aquí? Yo lo había demostrado en mil maneras, había sido irrespetuosa, casi físicamente agresiva y había refunfuñado sin parar como rutina. María del Mar había optado por mostrarse solitaria; evitaba abrir la boca para comer y sobre todo para hablar, pero sin perder ningún momento de mirarnos fulminante. Mi mamá, siempre tierna y amorosa, había caído en las garras del  ¨Champix¨ que no la ayudó a dejar el cigarrillo pero si la tornó insoportable, intolerante y depresiva. Además de tener siempre la lengua amarilla por los Nicorets, tenía la guardia alta y la cara roja y pelada por culpa de un nuevo tratamiento de piel que se aplicaba sagradamente cada día. Recuerdo ver de reojo como los espaguetis verdes seguían ascendiendo hacia las fauces de mis compañeras de viaje hasta que el sonido de unas risas capturó nuestra atención. Hacia nosotras se dirigían, como en cámara lenta, tres mujeres que parecían ser una madre y sus dos hijas. Las tres monas, las tres lindas, las tres alegres y cogidas de la mano, mirando hacia el cielo y tomándose fotos brillando de la dicha. Mientras pasaban frente a nuestra mesa las perseguimos con la mirada que después de unos segundos volvió a fijarse en los espaguetis y luego en nosotras mismas. Una sonrisa sucedió al tiempo entre nosotras y reímos a carcajadas inspiradas por la ironía. No pudimos hablar, sólo reír y reír y reír…

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