EL BUEN PERIODISTA

Los invito a leer las huellas que voy dejando en este inhóspito camino hacia el buen uso del lenguaje.

viernes, 23 de septiembre de 2011

THE WORLD OF COCA COLA

(El mundo de la inconsciencia)

Entonces, por razones de retrasos aeroportuarios, llegamos a Atlanta. Este destino turístico desentonaba claramente con nuestros propósitos vacacionales, que corresponden a un retiro espiritual e introspectivo que tendrá lugar en India.

India... Por primera vez en nuestras vidas podremos concentrarnos en nuestras propias reflexiones, en un lugar distinto al nuestro y lejos de vicios nocivos como son el consumismo y la contaminación publicitaria. Pero entonces nos vimos forzadas a pasar dos días enteros en Atlanta, y como no, a aprovecharlos. Fuimos entonces a una de sus máximas atracciones: EL MUNDO DE COCA COLA.

En el mundo de Coca Cola hay distintas secciones y actividades. Una de ellas, es sentarse en un teatro a ver el recorrido publicitario que ha tenido la empresa durante sus 125 años de existencia. Y fue allí, sentada en el teatro, cuando supe que la situación era grave y que éramos un caso perdido. El comercial era de los años setenta y consistía en una cantidad de hippies multirraciales que, mientras sostenían una Coca Cola en sus manos, cantaban una bella melodía sobre la paz y el amor. Cuando María del Mar y yo nos miramos, y vimos que las dos estábamos llorando, dijimos: estamos jodidas.

Entendimos que somos presas fáciles, muy fáciles, del sistema capitalista y publicitario. Mi hermanita lloró en el Mundo Coca Cola ¡y a ella ni siquiera le gusta la Coca Cola! Yo, en cambio, disfruté alucinada en el planeta feliz de la bebida que mas consumo. Y pensé alegremente que en mi retiro espiritual de India, no tendría que retirarme de tomar Coca Cola, porque ¡hasta allá llega la Coca Cola! Entonces me quité el sombrero y le agradecí a la globalización y al sistema capitalista, y a la estrategia distributiva de la empresa roja y blanca.

Ambas salimos aturdidas del Mundo de Coca Cola. Yo, indigestada luego de haber probado más de 60 bebidas que produce la empresa a nivel mundial, y mi hermana consternada por la facilidad con la que le pueden lavar el cerebro. En esta visita, presenciamos el mágico maleficio que logra legitimar, en casi todos los rincones del mundo, una bebida que aunque deliciosa, se sabe es dañina y corrosiva. Luego de salir de la fábrica con una bolsa llena de compras del gift shop, nos asustamos de pensar que el afán económico de una empresa, mezclado con el talento de unos genios de la publicidad y del marketing, son capaces de producir dulces y gaseosos suicidios: Los fieles amantes de la Coca Cola la tomaremos hasta la muerte, con gusto.

La experiencia, tan mágica en su momento, ahora me resulta siniestra. Tan siniestra como la realización absoluta de un sueño. Tan siniestra cómo lo perfecto. Es cómo haber asistido a un recorrido hacia nuestra propia tumba, todos sonrientes y todos estúpidos. No sé si alguien haya muerto, realmente, de tomar Coca Cola, pero sí creo que tiene gran responsabilidad en muchos de los kilos de más que pesan los obesos norteamericanos. Aun así, no son sus propiedades destructivas las que me preocupan, sino la permeabilidad de nuestra voluntad y de nuestro cerebro. Durante más de dos horas, yo fui una total descerebrada. Somos seres frágiles e influenciables. Pensé. Y luego dejé de pensar y seguí bebiendo el sabroso brebaje.

sábado, 30 de julio de 2011

PAPITO DE MI VIDA, LINDO, LINDO, LI...




San Jorge, 6 de julio de 2011
Papito de mi vida, Lindo, Lindo, Li…








A ti te encantaba leerme. Leías mi llanto, leías mi risa, leías mi canto y también mis miradas. Leías mis ojos que son cafés, como los tuyos. Entonces hoy escribo para que leas, una vez más, estas palabras que no salen de mis manos, sino de mi alma.


Te agradezco. Te agradezco tus caricias, tus palabras, tu barba y tu poesía. Te agradezco por el agua, por las flores, por el campo y por mi hermana la currita. Ni el mejor escritor del mundo habría podido imaginarte, pero yo puedo, hoy y siempre, con un sueño recordarte.


Te imagino volando como las mariposas y te siento susurrándome al oído con la tranquilidad del viento. Yo te siento, y tu partida sí que la estoy sintiendo. Espero seguir encontrándote en cada piedra que descubra en mi camino, para no olvidar nunca que las piedras tienen la forma de tu corazón. Espero poder compartir tu alegría, tu carácter, tus sueños que fueron tan justos y tu sabiduría. Espero llenar a Colombia de lagos con el agua más clara, digna de tus fantasías. Y espero ser digna de ti, algún día.


Me enseñaste el amor más noble y la amistad más fiel. Has sido el amor de mi vida. Y hoy, siento un frio inconsolable. Nos dejas una labor inmensa, tan grande como tu recuerdo, que es infinito. De aquí en adelante, más que nunca, haré lo posible por reproducir cada palabra, cada idea, cada argumento, cada lucha y cada romance. Al mundo le hace falta tu voz y yo espero poder ser, al menos, el eco de tus pensamientos.


Tus sueños de una Colombia verde, justa y libre. Tus ilusiones por una Colombia explorada en sus infinitos recursos. Tus discursos acerca de una sociedad construida sobre los cimientos más fuertes, que son de una madera honesta, inteligente y sencilla como la guadua. Espero poder hablar en tu nombre sin olvidar nada, para que nadie se pierda de ti. Yo tuve la fortuna de tenerte y de oírte, y ese es un tesoro que nadie podrá sacar jamás de la caja fuerte de mi pecho.


Mientras tú estás allá, yo me quedo aquí, en este cielo, que tiene la temperatura justa de tu alma. Me quedo entre orquídeas, heliconias y bastones. Entre cocodrilos, Garcilazos, libros y recuerdos. Me quedo aquí en tu casa cuidando tu legado y aferrándome al cariño de todas las personas que dejas a mi lado.


Gracias. Te amo y te sigo amando siempre, pase lo que pase, porque mi mejor patrimonio es tu amor.















domingo, 12 de junio de 2011

EL MICO MIEDOSO Y EL POLLITO DE PRIMERA COMUNIÓN


Señores y señoras, ya vamos llegando a la mitad de nuestro viaje. Casi tres de seis semanas que se han pasado a gran velocidad. Entonces, trataremos de hacer una crónica (no tan corta, porque en tres semanas en India pasan muchas cosas) que abarque nuestras aventuras hasta la fecha.

Empezaré por lo primero. Delhi. María del Mar y muchas otras personas, me habían advertido lo siguiente: Matilde, por respeto a la cultura de los indios, nosotras las mujeres no nos podemos poner ni shorts, ni blusas de manga corta. Nos tenemos que tapar los hombros y las piernas porque si no, es de mala educación. Entonces, según esas instrucciones, yo empaqué mi morral. Nada cortico, nada de tierra caliente. Llegamos a Delhi y la temperatura era de más de 40 grados centígrados, y nosotras, disque por respeto, tapadas hasta el cuello. No fue sino que saliéramos del hotel para ver que todos los turistas estaban vestidos para la ocasión: con shorts y con esqueletos, mientras yo deliraba del calor y veía borroso. Y en resumidas cuentas, eso fue Delhi. Una ciudad repleta de gente, de cagadas humanas en cada esquina, de olores mucho peores que los del avión, y de turistas bien vestidos, a diferencia de nosotras, que somos unas niñas tan “educadas”.

Nuestra siguiente parada fue Rishikesh. Ciudad famosa por ser la capital mundial del yoga y por haber sido el hogar de los Beatles en algún momento de su carrera. Allí nos encontramos con muchas sorpresas y unos cuantos impases. Por la mitad de esta ciudad pasa el rio Ganges que, por verse tan bonito rodeado de montañas, casi nos hizo olvidar lo que esconde: cadáveres de todo tipo y en toda etapa de descomposición, bacterias escabrosas y enfermedades inimaginables. María del Mar, por supuesto, se moría por nadar en el Ganges, e hizo incontables intervenciones para tratar de convencernos de que la acompañáramos a practicar la natación de la muerte. Ahí empecé a sospechar algo cierto. Mi hermana, en este viaje, iba a querer hacer cualquier cosa que fuera mortal y yo, no debía mortificarme. Entonces nos dedicamos a caminar por las calles que están llenas de tienditas, de restaurantes y de micos, que no sólo están en todas partes, sino que son feroces, gordos, inmensos, mendigos y ladrones. Dejaré que María del Mar haga una pequeña intervención al respecto…

INTERVECIÓN DE MARÍA DEL MAR

Los micos. Dios mío. Que seres más pavorosos. Nunca me imaginé que les iba a tener más miedo a ellos que a las personas: Patrullan los techos en enormes pandillas siempre alerta a esos desprevenidos e ingenuos turistas que caminan por las calles con algún alimento en sus manos. Una no se puede dejar engañar de esos primates sólo porque andan con sus tiernas crías agarradas de su pecho. No. Esos pequeños y aparentemente inofensivos miquitos se convertirán en lo mismo que sus padres: terroristas y asalta-caminos.

Todo mi trauma se debe al siguiente episodio: Llevábamos 3 días en un hostal que tiene un balcón con una vista espectacular hacia al Ganges (Y acá me veo en la necesidad de aclarar que yo no pretendía nadar en ese río, simplemente quería hacer Rafting, que es una actividad muy distinta). Extrañamente, este balcón tenía un modesto basurero (porque aquí en la india son bien escasos) que ya estaba repleto con todas las sobras de lo que habíamos comido durante esos días. Esa mañana un violento ruido nos despertó. Oliver y yo salimos a ver qué era lo que estaba pasando y vimos como un mico, muy pero muy grande, estaba escarbando entre la basura. Instintivamente, Oliver se le acercó para asustarlo y ahuyentarlo, pero para nuestra sorpresa, el mico se nos adelantó. Dio un salto hacia nosotros mientras abría su boca y nos mostraba sus enormes y afilados colmillos. Terrorista. Oliver y yo corrimos hacia el cuarto despavoridos. Desde nuestra ventana vimos cómo este animal se alejaba con su botín de guerra, un racimo de lychees que habíamos dejado cerca del basurero. Desde ese atemorizante momento, llegamos a la conclusión de que preferiríamos mil y un veces recibir una mordida de Ghost, el pastor belga de mi papá que está entrenado para matar y que ya ha mandado al hospital a más de 3 personas, que la de un mico de esos.

Eso tiene para decir María del Mar sobre los micos… pero lo que yo tengo para decir sobre ella, no tiene nombre. Mi hermana ha dado mucho de qué hablar en este paseo, y ya les diré por qué. En primer lugar, debo manifestar mi enorme preocupación por su salud mental. Por algún motivo, a la currita se le está olvidando hablar inglés, y entre más lo practica lo habla peor, y peor, y peor… Tratando de expresarse dice cualquier cantidad de incoherencias que nadie puede entender. Por ejemplo, en un almacén, en vez de preguntar how much is it? Preguntó: How old is it? Y yo la miré desconcertada a ver si ella caía en el error, pero ella sólo repetía la pregunta: how old is it? How old is ti? Claramente, nadie le supo responder. Como este hay muchos otros ejemplos, pero lo que realmente me preocupó fue cuando se le empezó a olvidar hablar español. Una mañana amanecimos enfermas y ella me miró con cara de maluquera y me dijo: ¡estoy enfermisada! Y yo, atónita, le dije, ¿Qué qué? ¡Que estoy enfermisada! Luego entendí que eso quería decir: ¡estoy enfermísima! Y ahí, después de caer en la cuenta de su error, la currita se cogió la cara con angustia y lloró un poquito.

Yo le atribuyo la pérdida del lenguaje que está sufriendo mi hermana, a un episodio muy traumático que tuvo lugar en las afueras de Rishikesh. Como a ella le gusta lo atrevido y lo arriesgado y lo mortal, nos fuimos a hacer Bunjee Jumping. El trayecto desde la ciudad hasta el sitio de las aventuras extremas, fue lo más extremo de todo. Para describir la carretera solo diré que ni bajo el mandato de Samuel Moreno se ven tales cosas. ¡Qué peligro! ¡Qué peligro! Pensábamos todos mientras el bus pasaba a toda velocidad a través de curvas rodeadas de precipicios infinitos. Milagrosamente llegamos a alguna parte (porque uno aquí nunca sabe si va a llegar vivo o no, a cualquier parte) y nos bajamos. Aliviados de pisar tierra firme, aunque todavía un poco mareados, decidimos que en vez de saltar en Bunjee íbamos a montar en el Flying Fox en donde cabíamos los tres. Esa atracción, según nos dijeron, era la más larga de Asia y era muy divertida. Sobre el Bunjee, Oliver dijo que no lo repetiría porque ya lo había hecho en Perú, y no quería revivir el trauma, y yo dije, que… que… más bien después. En cambio la Curra, dijo, ¡yo si me le mido! Y Oliver y yo la observamos desde lejos. Que orgullosa me sentí de la intrepidez de mi hermanita. ¡Oh que valiente lanzarse hacia al vacio! Oliver me preguntó si creía que ella se iba a poder tirar al primer llamado, y yo le respondí que claro. Que cómo no. Que ella era una dura y que se iba a tirar sin pensarlo en una clavada olímpica de 85 metros de altura. Yo confiaba en ella. De pronto oímos las palabras: ONE, TWO, THREE, BUNJEEEEE!!! la curra no se movió.

¿Qué pasa? Nos preguntamos mientras notábamos cierto temblor en una de sus piernas… de nuevo el llamado. ONE, TWO, THREE, BUNJEE y se tiró la currita. Yo esperaba que la caída tuviera gracia, y cierto aire de experiencia, pero no. Mi hermana se tiró parada y empezó a aletiar como queriendo alzarse en vuelo con sus dos cortas manitas. Esta escena, sólo vista en los pollitos de primera comunión, se acompañó de un chillido agudo y una extrema palidez. Así fue el salto de María del Mar, y desde entonces se le ha olvidado hablar en los dos únicos idiomas que “domina”.

INTERVENCIÓN DE MARIA DEL MAR:

Acabo de ser acribillada. No tengo nada que decir en español, y mucho menos en inglés.

Hasta aquí llega este segundo reporte para no quitarles mucho tiempo. Sólo les podemos adelantar que ahora estamos, todavía con problemas de vestuario, pero por el frio de los Himalayas que vemos desde la ventana de nuestro hotel.

martes, 31 de mayo de 2011

NO TAN DELHI-CIOSO


Les escribo angustiada desde un avión parqueado en una ciudad (cuyo nombre no se pronunciar, y mucho menos escribir) de la India. La situación es caótica y yo trato de aliviarla comiéndome el sobradito de un turrón de rice krispies que me quedó de la inesperada visita a la ciudad de Atlanta. Tenemos emociones encontradas por diferentes motivos. En orden de prioridad, hay dos situaciones que se pelean el pedestal de mi angustia: uno, es que tengo que mandar vía mail, mañana mismo, tres ensayos que no he comenzado, y de los que depende mi futuro académico, y dos, que tenemos a nuestro pobre amigo Oliver (de Australia) esperándonos solito en Delhi desde hace 3 días escribiéndonos que lleguemos pronto por que “Delhi is a really shitty place”. En este preciso instante él debe estar esperándonos en el aeropuerto de Delhi, al que teníamos destinado llegar hace aproximadamente 3 horas. Pobre Oli, y pobre de mi situación académica. María del Mar ha tomado la determinación de educarme después de vieja al no ayudarme con uno de mis ensayos, entonces estoy decidiendo si ponerme o no brava con ella, teniendo en cuenta que será la única compañera de mi mismo género durante este largo viaje. Además, la quiero mucho.

Durante este eterno vuelo (que va ya en casi 10 horas, de las cuales dormí 8) he podido hacer la siguiente reflexión: ¿a qué hora me convencieron a mí, de venirme a la India un mes y medio? ¿bajo qué argumentos decidí yo, en mi sano juicio, venirme a recorrer los sucios caminos de la India en su época más caliente y olorosa? Tan olorosa de hecho, que al comienzo de este vuelo (lleno de hindúes) las azafatas pasaron, no una, sino dos veces, con ambientadores en spray para disimular el hedor.

NOTA DE MARIA DEL MAR

A mí lo que más me preocupa, realmente, es el olor. Quisiera exaltar lo del ambientador en el avión: Mientras un par de azafatas lanzaban a diestra y siniestra ese spray de olor floral que a duras penas disimulaba el olor a axila (o a especias cebolludas) que reinaba en el ambiente, yo sólo me preguntaba: ¿A todas estas, qué pensarán los hindúes de la situación? Porque estoy segura que si ellos han viajado a otras partes del mundo se habrán dado cuenta que este es el ÚNICO destino en el que unas azafatas se toman la molestia de perfumar, en su cara, el avión. ¿Será que si una empresa de aviación japonesa hace un vuelo para Europa, lo perfumará porque nosotros sólo les olemos, sin notarlo, a leche? En todo caso, prefiero oler a leche que a curry encebollado.

Es por todo lo anterior que me he propuesto una meta para este viaje. La única quizás, pues todo en este trayecto pretende ser espontáneo y casual. Esta es: hacerme muy amiga de un hindú para poder ahondar en su privacidad y preguntarle acerca de algo tan personal e intransferible como lo es el amor, perdón, el olor propio. Quiero saber él a qué cree que huele y yo a qué le huelo. Se ha vuelto una cuestión que me ha torturado por 10 largas horas y me obligará a crear una conveniente amistad con un desconocido.

Volviendo a mí, escritora insigne de este diario, diré que he olvidado mencionar un factor que agrava la situación enormemente. Tengo desde hace 5 días una enfermedad, que hoy, (ya les diré por qué) parece mortal. Sufro de una tos intensa (como de viejito) que sale desde lo más adentro de mi ser arañando mi garganta y perturbando el sueño propio, y el ajeno. Digo que es una tos de viejito, porque el anciano de barba que está sentado a tres sillas de distancia, está tosiendo igual que yo y tiene a todo el vuelo preocupado. El viejito me mira con complicidad por un solo ojo (porque además es tuerto) como queriéndome decir: ! tu también estás muy mal! Y así me siento. Por ahora me despido confesándoles que sin haberme bajado del avión he estado a punto de vomitarme dos veces y que temo enormemente perder mi octavo semestre de universidad. Atentamente, su cronista la india, perdón, desde la India, habiéndome acabado el turroncito.

CONTINUARÁ…

miércoles, 4 de mayo de 2011

¡QUIÉN CREYERA!

No sé por qué la imagen que adorna el lado derecho del computador en el que escribo, el de mi madre, es la de Jesucristo. Ella no cree y yo tampoco. Me voy cansando de ver imágenes ilógicas regadas por las paredes de los lugares que frecuento, sabiendo que en su presencia se cometen todo tipo de “pecados”. No mas acabo de llegar de la semana menos santa que he tenido en años, agradeciéndole a no sé quien, por darme estos días libres en nombre de quien sea.



La hipocresía religiosa nos va conviniendo más de la cuenta. Digo, a nosotros los pecadores. A nosotros los que a veces, cuando ya no podemos más con la culpa, rezamos alguito mientras nos dormimos, preguntándonos a quien es que le estamos rezando. A esos que contamos los meses, las semanas y los días, para que llegue la semana santa en donde de cuaresma comemos como presos y bebemos como locos. A nosotros que asistimos a las novenas bailables y que le pedimos al Niño Dios muchos regalos. A los que se confirman para complacer a sus abuelos y para poder casarse por la iglesia en un vestido blanco y pecaminoso. A nosotras que nos las damos de santas por llegar vírgenes hasta nuestro primer noviazgo. A todos los que hemos repetido que el que reza y peca empata.


¡Como nos conviene el cristianismo! y como nos lo ponemos de sombrero. A mí me gustaría creer o por lo menos dejar de dudar. Me pregunto que se sentirá eso de la fe ciega en donde nadie ve nada pero lo ven todo. Debe ser rico. Debe ayudar a pasar los días que son tan pesados como la cruz que cargó Jesús hacia su muerte. La duda, a mi me atormenta y me complica la vida. Creer sería más fácil y mucho menos tormentoso. Me eximiría de responsabilidades y de culpas. “Si Dios quiere”, “Dios proveerá”, “Será como El Señor lo quiera” cuantos pesos me quitaría de encima. Me quitaría también méritos, para equilibrar la balanza. “Gracias a Dios” “Dios así lo quiso” ¿y yo? Yo no hice nada. Yo no soy nadie y yo no soy libre, porque me muevo al compás del titiritero de la barba larga.


A muchos les sirve creer y a muchos les va peor que a mí. Los que creen sonríen hambrientos y yo, que no creo, lloro estando llena. Es complejo esto de la religión, pero sobre todo es injusto. Injusto que los pobres sonrían cuando pasan hambre porque “esa es la voluntad divina”, para mí, más bien, es la voluntad de un sistema corrupto, que es del más acá y no del más allá. Injusto que alimentemos al pueblo de religión y no de comida para saciarles los ánimos de emancipación. Injusta la droga religiosa. Injusta la duda, Injusta la vida, injustos nosotros con los que sí creen, cuando ponemos el Cristo en nuestra habitación.

martes, 3 de mayo de 2011

PLETO EL VAMPIRO

El joven esperaba en la sala. Los colores pálidos lo ponían intranquilo y quiso entretenerse. Ella lo esperaba en el jardín y él la observaba desde lejos. El vestido blanco y ligero parecía volar en medio del rosal y ella, a pesar del frío, sonreía. Era su momento. Tenía hambre y la mujer era irresistible. Empezó a caminar en su dirección confiado. La besaría y le quitaría la ropa despacio hasta dejarla desnuda para verla, sin prisa, toda la vida. El momento se acercaba y la transformación no tardaría mayor tiempo. Podía sentir como los colmillos crecían dentro de su boca y la miró insaciable. 

"Siguiente." Dijo la voz que salía del parlante mientras una niña chiquita se paraba de su asiento. Él se escondió atento. Pensó que por fin recuperaría su honor y su confianza. Le daría muerte a su enemigo y sería recordado como un héroe. Sintió que estaba cerca, ya podía olerlo y saborearlo. Salió de su escondite y empezó a buscar con el olfato al hombre insípido y sencillo que no merecía a su mujer. Lo mordería sin piedad hasta dejarlo seco. El momento se acercaba y la transformación no tardaría mayor tiempo. Podía sentir como los colmillos crecían dentro de su boca y lo atacó impaciente.


La música instrumental sonaba insoportable y la mujer del parlante no anunciaba su nombre. Mientras tanto corrió. Corrió velozmente alejándose del cazador. Aun había tiempo, no saldría el sol sino hasta dentro de tres horas. Estaba cansado y por primera vez en su vida sintió miedo. Las quemaduras del agua bendita en su brazo le devoraban la carne. Sólo en historias había oído sobre los caza vampiros y jamás se imaginó que uno lo estaría persiguiendo. Llegó a una calle sin salida y sintió el olor a ajo. El momento se acercaba y la transformación no tardaría mayor tiempo. Podía sentir como los colmillos crecían dentro de su boca y prometió defenderse.

"¿Será que se demoran mucho en atenderme?" Preguntó. "Siéntese. Ya le avisaremos." Entonces Corrió por el bosque. En esos tiempos de huida la comida era escasa. Hacía semanas que no tomaba sangre humana y estaba agotado. De pronto lo vio pasar a través de los árboles. Era un venado robusto y de color rojizo. Lo persiguió atento durante un buen rato porque, a veces, le gustaba alargar sus necesidades para añorarlas más y más. Al fin lo acorraló. El momento se acercaba y la transformación no tardaría mayor tiempo. Podía sentir como los colmillos crecían dentro de su boca y miró a los ojos al venado, hambriento.

"Pleto, ya puede pasar." Le dijo una enfermera. Se paró de la silla todavía reflexivo, y pasó al consultorio. "Buenas noches Pleto" dijo el doctor mientras le abría la boca. La situación era humillante y repulsiva. No le gustaba que nadie le metiera los dedos en la boca y estaba molesto. Después de 18 años con su condición había perdido la esperanza. Trató de volver a sus fantasías pero la intervención del médico se lo impidió. Si el fuera normal, y si pudiera defenderse, pensaría que el momento se acercaba y que la transformación no tardaría mayor tiempo. Sentiría sus colmillos crecerle dentro de la boca, listos para morder al malévolo doctor. Pero este no era el caso y su problema era muy serio. De repente, el doctor le recitó un verso corto con un tono burlón – “Aquel mísero cretino, que nació para vivir de gallinazo, nunca pretenda en su fatal camino, inmiscuirse con personas de alto trazo, y ambicionar altos honores, sino, concretarse a volar con vuelo escaso y comer lo que le ordene su destino.” – "¿qué quiere decir?" Preguntó Pleto impaciente. -Pues que no debe usted soñar, mi queridísimo vampiro, con hazañas peligrosas pues no tiene usted colmillos. 

Y salió Pleto el vampiro con la boca un poco herida y con el ánimo triste. Su contradictoria existencia lo tendría destinado eternamente a sueños y fantasías imposibles. O por lo menos así sería, hasta que por fin, algún día, como a cualquier otro vampiro, le crecieran los colmillos.












miércoles, 13 de abril de 2011

CABALGANDO A MAL TIEMPO


Me han contado la sorprendente historia de un lapicero como ningún otro en este mundo. Un lapicero que remplaza las grabadoras de sonido y que guarda, en su inmensa memoria, cada palabra que escribe para luego grabarla en un computador como un archivo PDF. ¡Alucinante! Exclamaron todos, mientras preguntaban detalles sobre el funcionamiento del novedoso lapicero. ¿PDF? Ni eso entendí yo. Sufro de una inconveniente ignorancia tecnológica que me recuerda, día a día, la malévola ironía de encontrarme, a mis 22 años de edad, en el momento histórico más complicado de todos: la era de la información. Y la verdad es que la tecnología me abruma y me asfixia. La desprecio por incomprensible, extensa e inmediata.

Ese talento inherente a las nuevas generaciones, no lo tengo yo. Me quedó grande, en su momento, el Ataris, por ejemplo. Luego el Nintendo, y, por ultimo, ese imposible Playstation que pedí una navidad luchando en contra de mi evidente torpeza. Eventualmente llegó a mi vida el computador que, sin dar mucha espera, se impuso como una realidad, académica, social e histórica. Entonces aprendí lo básico: Paint, Word, (Excel no), un poquito de PowerPoint y por ultimo, la navegación en Internet. Saludé con curiosidad al mundo de Messenger, Hotmail, y, claro está, Facebook. Sin siquiera darme cuenta, me encontré sumergida en la nube todopoderosa que es la red, y empecé a distinguir sus atropellos.

Empezaré por resaltar su propiedad corrosiva y venenosa, que ha logrado, con gran talento, degradar tanto las relaciones humanas, como el lenguaje. Extraño la cercanía del sonido de la voz, que es ahora remplazada por el mensaje de texto. Extraño la concentración, que hoy día se invierte en juegos de celulares durante las clases. Extraño el contacto visual, que hoy, más que nunca, se dedica a las conversaciones que se leen en las pantallas de los BlackBerry. Extraño las tildes y las palabras enteras. Extraño la extensión y la entonación que trata, inútilmente, de ser suplantada por diferentes “emoticones”. Extraño las cartas escritas a mano, las llamadas telefónicas y los mensajes de más de una sílaba. ¿Cuál es el propósito entonces del lenguaje? ¿Es este meramente comunicativo? Para mi es cada vez más impersonal y mucho menos descriptivo.

La inmediatez, es otro aspecto de la tecnología que me inquieta. Me entristece olvidar el sabor que resulta de una lucha por buscar algo, para encontrar algo. Hoy no tenemos que luchar por nada, porque todo nos está dado. Y nos vamos volviendo gordos, y antisociales, y expertos en todo, y expertos en nada. Estamos dando la información por sentada, sin pensarla realmente y estamos olvidando ejercitar el músculo que es la memoria. Todo está ahí, todo está fácil, y nosotros corremos el terrible riesgo de volvernos unos facilistas sedentarios, que no salen de su habitación.

El tono romántico de este articulo, me muestra anacrónica y posiblemente falsa. Aunque critico la tecnología, la uso diariamente para comunicar mis reflexiones y la uso también, aun con más frecuencia, para fines mucho menos trascendentales y bastante más frívolos. Lo se. Posiblemente este escrito es el resultado la frustración que me produce (como a los viejitos) no aprender a manejar los aparatos tecnológicos. O quizá, este artículo pretende preguntarse para dónde va el hombre con tanta tecnología. ¿Qué ambicionamos? ¿Hasta dónde queremos llegar? ¿En que tipo de mundo queremos vivir? Mientras respondemos estas preguntas, yo sigo tranquila montada en caballo, mientras todos los demás transitan en carro las vías de la era de la información.

martes, 29 de marzo de 2011

SÍMBOLOS MARAVILLOSOS



Columna de Opinión.

Un buen día, en Cartago (Valle), mi padre se encontró con un cuadro admirable. Tan admirable, de hecho, que fue merecedor al premio AGUJA DE ORO (categoría hilo cadena) otorgado al mejor bordado. Mi papá observó la imagen. Era Cristo, tal y como siempre lo hemos conocido: de túnica blanca, pelo rubio, ojos azules y barba larga. Su expresión era amable, y con los brazos abiertos mostraba, en las palmas de sus manos, sus yagas radiantes, que brillaban tanto, como el corazón expuesto en medio de su pecho.

-Necesito que me lo compre, Don Señor. Dijo la viejita que, con tanto talento, bordó el cuadro. –vea que con él me gané el premio a la Aguja de Oro, y además, tengo una necesidad inmensa. Cómpremelo.

-Yo se lo compro. Respondió el señor. –Pero con una condición. Se sabe que Jesucristo no fue ni rubio, ni oji claro, (pues esa no es la característica genética judía) y se sabe también, que su piel no era blanca. Cámbiele al Cristo, a un color oscuro, los ojos, el pelo, la barba y la piel. La operación de corazón abierto fue, más bien, una costumbre Azteca, Maya e Inca, en donde al oferente le sacaban el corazón, aun palpitante, para ofrecérselo en un ritual a los dioses, y fue de allí de donde el cristianismo, después de que pasara Hernán Cortez por Méjico, sacó la imagen del Cristo con el corazón expuesto. Déjemele el corazón así, por que yo también soy cardiaco, pero las yagas de las manos sí me entristecen. Preferiría un Jesucristo que me ofrezca, en una mano, una arepa de maíz, y en la otra, un pez del cauca. Cuando tenga listo mi cuadro, con los cambios que le pido, yo vengo y se lo compro.

Así fue. Cuatro meses después, mi papá recibió la llamada de la viejita, que le dijo ya podía recoger su encargo. Al ver el nuevo Jesucristo, mi padre no pudo hacer más que felicitar a la artista, y pagarle lo acordado. Este episodio, desencadenó una temporada de larga reflección en nuestra finca. Concluimos entonces, que los símbolos, son la forma más inteligente de santificar una mentira.

Todas las religiones venden lo que producen. El cristianismo (que nació en el mediterráneo, región reconocida por su producción de trigo, uvas y aceitunas) bien hizo en descubrir ese famoso misterio de la Sagrada Comunión, en dónde el pan de trigo se vuelve cuerpo de Cristo, y el vino su sangre. No hemos visto en ningún caso, que el guarapo, la chicha o el mazato se vuelvan la sangre de nadie, ni tampoco hemos visto al arroz, la achira o la yuca ser la materia prima del pan que se convierte en un cuerpo. Ni hablar del aceite que usan los sacerdotes en La Extremaunción, para salvar a los enfermos, o ya al muerto, para la vida eterna. Éste es de oliva, exclusivamente, pero no de coco ni de chontaduro.

Un experto en ornitología, por ejemplo, calificaría a las palomas como todo menos limpias, decorosas, bondadosas o desprendidas, pero en cambio, sí las consideraría gregarias, territoriales, vengativas, sucias y algo intolerantes. Ratas de los aires, las han llegado a llamar. Sin embargo, son el símbolo de la paz, siempre y cuando sean blancas, y si siguen siendo blancas, simbolizan también, la tercera persona de la santísima trinidad.

Los símbolos se nos han convertido en una imposición que olvidamos cuestionar. Los vemos y los entendemos ciertos, porque se nos han vuelto costumbre. Comulgamos con vino y una ostia hecha de trigo, aunque sean dos productos que no se dan en nuestras tierras, y admiramos la belleza de la paloma de la paz, aunque la pateemos en los campos de nuestras universidades. ¿Por que no crear símbolos propios, que coincidan con nuestra cultura? Para eso contamos con una enorme biodiversidad, llena de cualidades dignas de un buen símbolo. Creo que debemos empezar a cuestionarnos sobre los símbolos impuestos. Aquellos que, haciendo parte de un colonialismo cultural, buscan sumergirnos en filosofías, religiones y políticas ajenas

miércoles, 23 de marzo de 2011

AL SON DE UNA LÁGRIMA


Estas lágrimas me saben dulce y se deslizan sobre mi piel erizada. No son ásperas e indeseadas como las producidas por las penas, ni amargas y borrascosas como las que emanan de una traición. Mis lágrimas caen con ritmo y me recuerdan con ternura los alcances de las artes. La música no me hacía llorar hacía tiempo, y me alegró vivir de nuevo su, ya extraño, sentimiento electrizante.

Normalmente me conmuevo con el arte. Sin poder dar explicaciones, (ya sea por mi ignorancia o por mi incapacidad de nombrar las sensaciones) puedo decir que he sentido el calor en los jardines que pintó Monet, y el dolor en los poemas de Alfonsina Storni. Me ha dolido la tragedia de Pagliacci y he crecido junto con las estaciones de Vivaldi. He reído con el andar de Gelsomina mientras se mueve por La Strada y me he quedado muda ante la majestuosidad arquitectónica, que reposa en el recinto de la guadua. Estas sensaciones dejaron de ser normales hace tiempo, y me he visto envuelta en una cultura que me ha arrebatado la sensibilidad, casi hasta el punto de volverme inmune.

Aunque no quisiera entrar en discusiones sobre lo que es, o no, el arte, sí creo que estamos en un ambiente que nos aleja de ese sentimiento inexplicable que se da, raramente en momentos privilegiados. Encuentro difícil identificar, en el inmenso mercado popular, ese elemento que me estremezca y que me invite a concentrarme en la manifestación de mis sentimientos. Me pregunto qué conmueve a aquellas personas que no han tenido acceso a una educación, y muchísimo menos a un viaje. Seguramente el amor, la fe y nuestra generosa naturaleza , que entre otros factores, tocan gratuita y naturalmente al ser humano. Pero ¿que más se les ofrece? Reggaeton, Tropipop y novelas.

Yo misma he caído presa en las garras del Reggaeton; de su ritmo y de sus letras provocadoras. Me he dejado cautivar por una ola popular que hoy siento, no me produce sino un placer inmediato que me aleja de mis reflexiones, enajenándome en un ambiente despreocupado e irresponsable. Mis hábitos de pensamiento se han ido determinando, disimulada y nefastamente, por la cultura del “perreo” que no me aporta mucho. ¿Es posible pensar en encuentros fortuitos, pero trascendentales en términos artísticos en nuestras ciudades? ¿Existe tal intención? no lo se, pero me gustaría pensar que sí.

Hoy lloré con la música. Mi cuerpo, ya desacostumbrado, sintió un corrientazo que lo trajo de nuevo a la vida. Volví a creer en el hombre y admiré sus talentos. Agradecí a mi piel de gallina haberme recordado que sí hay momentos que validan nuestra existencia y me sentí afortunada. Todos deberíamos poder gozar de esa fortuna. De esa validación, de ese momento de estremecimiento. Quisiera que todos, y no sólo yo, podamos bailar al son de una lágrima.

jueves, 17 de marzo de 2011

EN BUENA FE


Columna de opinión.

Cuando estuve en Europa, no tenía que dejar nada con candado. Mis cosas, inatendidas, no corrían peligro. “Déjalo ahí, no lo pasa nada” me decía mi hermana que vive en Berlín. Mis vicios colombianos me indicaban lo contrario. No descuides nada, nadie es de confiar. El asunto me causa pena. Mi hábito es la desconfianza, y mi realidad me obliga a mantenerme alerta.

Hoy, un restaurante Frances fue el escenario de una exposición de historias macabras. “A mi me robaron”, “sí. A mi también”, y así, sucesivamente, oí narraciones sobre robos, atracos, atentados e intromisiones. Las cinco personas que estábamos sentadas en la mesa, pudimos adicionar un relato a la actividad narrativa, que no hizo sino confirmarme, que en Colombia, todos tenemos una anécdota desagradable para compartir.

Las balas protagonizaban las historias de los secuestros y los puñales las de los robos. En sumatoria, las historias estaban plagadas de armas dolientes y cortopunzantes. “Vivir aquí es peligroso”, pensé, “pero también es triste”. Infortunadamente, mi educación se ha concentrado en una predisposición hacia le mal y la violencia, y esto, a pesar de ser un hecho triste, es una precaución necesaria. Me inquieta entonces mi crianza católica, en contraposición a mi educación prevenida. La religión me enseña que hay que creer en los demás, y mi país me grita que no.

Una de las historias que llamó la atención en la mesa, fue la de un robo armado en un apartamento de Bogotá, en donde hurtaron trecientos millones de pesos en efectivo y casi mataron al inquilino a golpes. El siguiente, correspondía un atraco a mano armada que buscaba hacerse a un i pod y a una billetera. Luego, yo conté cómo seis hombres entraron a mi finca para secuestrar a mi padre, y luego de una balacera, tres heridos y un muerto, mi papá salió con vida y con un balazo en la pierna. Las historias terminaron con la más humillante de todas: el robo a mi hermanita. “¿podemos compartir sombrilla? Preguntó el ladrón. “Claro”, respondió María del Mar inocente y silenciada por el aguacero. Una vez estuvieron bajo el mismo paraguas, el hombre le dijo: “Entrégueme todo. No vengo solo.” Ella salió corriendo y gritando ¡Ayuda! ¡Ayuda!, nadie le ayudó.

Estas historias me llevaron a concluir que en este país nada es más contraproducente que la buena fe. Los valores cristianos, infortunadamente, no son aplicables en nuestro contexto. Ayudar al prójimo es un riesgo mortal que no estoy segura debamos correr, y si no, recordemos el ejemplo del robo bajo la sombrilla. La confianza es un lujo que no nos podemos permitir. Esto no deja de parecerme inadmisible. ¿Que sentido tiene predicar sobre el buen proceder si no lo esperamos de los demás? Esta es una contradicción que me deja muy pensativa, pues quisiera creer en todo lo que no somos; quisiera creer en la honradez, la sensatez, la humildad, la convergencia, la colaboración y el respeto. Quisiera creer en ese país, que no es el mío.

martes, 8 de marzo de 2011

OTRA PARTE


Narrativas del mal.
Cuento

La soledad lo llevó a la lectura, y todas las letras a la obsesión. Se dirigía a Otra Parte, en un viaje a pie, emprendido por su propia sombra. Su familia, todavía en tierra, lo veía a distancia, viejo y olvidado. Rosa su hija, no iba a rendirse. Lo encontraría como fuera, así le costara su propia cordura.

Voy a Otra Parte, voy a Otra Parte… repetía el viejo. Rosa lo oía atentamente tratando de captar alguna pista de su paradero. El padre amoroso se había ido y la había dejado en un mundo sombrío, lleno de muerte y vacío de él. Ella quería viajar a su lado para visitar, de su mano, el mundo de sus fantasías.

La cama del viejo estaba en la mitad de su biblioteca. Era oscura y olía a pasado. Rosa la recorría mientras oía la respiración de su padre, ya inválido de la conciencia. Ella sabía que la respuesta tenía que estar dentro del cuarto, entre títulos y párrafos de libros y poemas. En alguna novela, se encontraba el amor de su vida, y ella no sabía cómo alcanzarlo. En silencio, la joven recitaba el poema de su infancia, que como una promesa, su papá le enseñó.


Voy a beberme el mar.

Ya tengo listo mi velero fantasma.

No le he trazado rumbos a mi ausencia,

no he fatigado el mapa

localizando zonas que no bailen

al macabro jazz-band de las borrascas.

Viajaré simplemente,

sin triangular alturas ni distancias,

llevando en el timón a Don Quijote

y la rosa del viento en la solapa.


Acompáñame tu dulce chiquilla,

partiremos al alba,

cuando los alcatraces no dibujen

su ecuación de naufragios sobre el agua.

Arranca tus raíces de la tierra.

abre tu citolegia de nostalgias

y vamos a bebernos el océano

en la copa de luz de las montañas;


Tenía la certeza de que los versos de Cuento de Mar eran una invitación para ella. Para que no estuviera sola y no estuviera triste. Más las paredes empapeladas de la habitación la encerraban en su propia impotencia y desesperanza. El hombre de la cama no era el mismo. Era como un sobrado de un buen recuerdo, un desperdicio, una foto antigua. Ya no había vida, ya no había nada.

Pasaron días y noches sin avance alguno. Él no decía nada nuevo y ella, cansada de los ojos, empezaba a perder el juicio, más no la esperanza. Otra Parte. Dónde está la Otra Parte. Allí está él con sus historias y con su sapiencia, y con su barba y sin mí. Pensó ella. Empezó a invadirla la rabia del abandono y un resentimiento incurable. Necesitaba decirle que lo odiaba por dejarla sola y por haberla dejado sin saber mil cosas. Por privarla de sus canciones y de sus poesías, por dejarla a la deriva, sola, inconsolable.

Rosa estaba pálida, enferma. Había momentos en que se dormía en la silla repitiendo palabras de poemas de niños. Creía que ella era la rosa del principito y que él no volvería. La dejaba morir, en un marchitamiento lento y doloroso. Sus labios habían perdido el color del fuego y ya no podía caminar. Ella agonizaba y respiraba lentamente, como perdiendo la vida. Le dolía el corazón y le dolía su viejo. Tenía escalofríos y un poco de fiebre. Las paredes se cerraban a su alrededor y le susurraban mensajes de muerte. No resistió. Vivir le costaba demasiado. Cerró los ojos y emprendió el viaje. Le dijo adiós a la realidad y saludó a cualquier sitio que albergara, así fuera un pedazo, del alma de su padre.

Primero llegó a un jardín. El gran samán lo adornaba desde el centro y la saludaba meciendo sus ramas. El no está aquí. Está en Otra Parte. Le dijo a Rosa, y ella, entusiasmada por ver de nuevo colores, siguió su camino recorriendo los recuerdos y los gustos de su padre.

Llegó entonces a un lago. El agua la saludó con sus olas livianas y le informó que el no estaba allí. Está en Otra Parte. Gritó un loto rosado. Rosa siguió caminando cada vez más atraída por los nuevos paisajes. Empezó a comprender por qué el padre no regresaba. Ella tampoco quería volver. Se acercó a un cultivo de frutas y se deleitó viendo cómo los pájaros formaban una bandera tricolor mientras comían. Uno amarillo, uno azul, y uno rojo.

Mientras pasaba a través de un guadual, pensó en todo lo que se estaba perdiendo; Un mundo de paisajes y de fantasías, que en la realidad jamás podrían ser posibles. Se estaba perdiendo la felicidad de la naturaleza y del aire puro. Se estaba perdiendo en el mundo de los números y de los vivos. Se alegró de estar donde estaba y se quiso quedar de por vida.

En la biblioteca, el aire cambió. Como un último aliento Rosa exclamó: ya voy papá, por ti, a Otra Parte. El viejo, aún en su viaje, reconoció las palabras y entendió su peligro. Despertó del letargo para salvar a su hija. En el mundo de la imaginación no la encontraría. Su rosa era curiosa, y se distraería hasta perderse. La quería para siempre, y la quería con vida, junto a él. Quería enseñarle y recitarle poemas. Temió perderla y se arrepintió de su viaje eterno y egoísta. La miró dormida, muerta, y llorando dijo: es muy tarde. Ya está en Otra Parte.

Mientras tanto, Rosa llegó a un rosal. Se sintió feliz, se sintió en casa. Saludó a sus hermanas de todos los colores y respiró su mismo perfume. Se despidió de su padre y de su recuerdo, tranquila, sembrando raíces, ya en Otra Parte.