EL BUEN PERIODISTA

Los invito a leer las huellas que voy dejando en este inhóspito camino hacia el buen uso del lenguaje.

martes, 22 de febrero de 2011

EL JALÓN DE OREJA


(Ejercicio de opinión que trate un tema controversial de forma radical)

A las tres de la mañana, mi papá entra en un estado de absoluta lucidez. Entre el sueño y la vigilia, alcanzo a anticipar que falta poco para que me jale las orejas. ¿Tu por que tienes unas orejas tan chiquitas? ¡Te voy a activar! me dice mientras me las estira como un caucho. Yo, mientras tanto, me debato entre el profundo sueño y la curiosidad, preguntándome cuál será su siguiente ocurrencia. Usualmente, sus intervenciones de madrugada son tiernas e inteligentes, y tienen el ritmo de una canción arrulladora que termina por despertarme cariñosamente. Esta mañana, mi despertar sucedió de manera distinta.

El jalón de oreja fue remplazado por un apretón de nariz y la voz consoladora por un grito escandaloso. ¡Y las mujeres siguen teniendo hijos para que se los mantenga el estado, carajo! Mi desconcierto (causado por el inusual malestar mañanero, y por el sonido del televisor que siempre está en el canal de las noticias) me llevó a preguntar sólo una cosa: ¿y que importa? ¿No es esa una función del Estado? Hoy, a las 10 de la noche, (todavía con tareas por hacer y con el sueño exacerbado) me arrepiento acérrimamente de haber formulado dicha pregunta, por demás turbada por el sueño y por mi impulso impertinente. ¿Cómo que qué importa? Me respondió molesto: Así nadie tendrá que cargar nunca con el peso de una consecuencia. Esta discusión duró hasta las siete am que salí para clase, con unas ojeras color berenjena y con una pensadera impropia de cualquier mañana.

La libertad, para mi, es un deber racional del ser humano, y aunque reconozco que muchas veces se ve enfrentada a obstáculos ajenos a la razón propia, (como pueden ser la costumbre, el qué dirán, la religión y la política, por ejemplo) insisto en que es una opción del hombre, que debemos ejercer y defender, siempre. Tratando de burlar el carácter filosófico de esta discusión y de este término, diré que al hablar de libertad, me refiero a nuestro poder de hacer con nuestras vidas lo que se nos dé la gana. Bajo esta premisa, pienso que todas nuestras acciones, sean las que sean, provienen de nuestra libertad: libertad de decir que sí, o de decir que no, libertad de la acción, o de la no acción. Lo que sea.

El Estado, según mi papá, carga con las temibles consecuencias que a veces resultan del uso de la libertad. Yo estoy de acuerdo. La libertad me pertenece y es de mis facultades más íntimas y personales, por lo tanto, yo debo ser quien asuma los resultados de mis decisiones y de mi proceder. Si yo, por decisión propia, soy drogadicta, ¿por qué el seguro debe tratar el sida que me contrajo una aguja usada? Si yo, por decisión propia, como hasta perder el sentido, ¿Por qué espero que el seguro, y no yo, me pague el balón gástrico? ¿Por qué debe el Estado responder por mis “errores”, que también corresponden al uso de mi libertad? ¿No es esto acaso, seguir fomentando las acciones que vienen de una “ignorancia” que más bien debería ser combatida?

Las mujeres de bajos estratos continúan teniendo hijos aunque no tengan con qué sostenerlos, y para esto, buscan al Estado, que no por coherencia, ni por convicción, suele incumplir con la mayoría de las exigencias planteadas anteriormente, pues es bien sabido que el seguro no responde (en múltiples ocasiones) ni siquiera por las enfermedades involuntarias. Esto no quiere decir que deba responder por todo, o eso creo yo. También lo digo por que los gastos del Estado vienen de los impuestos nuestros, que no tienen por que pagarle la irresponsabilidad a nadie.

No estoy tratando de ser moralista ni de juzgar a quienes ejercen su deber a ser libres, (pues yo también practico mi libertad y por hacerlo, estoy a un centímetro de cualquier catástrofe) sino que estoy haciendo una crítica a quienes esperan que alguien más, responda por sus decisiones. Esta mañana mi papá me jaló las orejas y me quedaron largas, puntudas y afiladas. Prometió, frente a mi reclamo, ser él quien pague los gastos de la cirugía estética que buscará disminuir el parecido entre mi misma, y un aeroplano de ala estirada.

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